La terapia génica es una de las principales aplicaciones del desciframiento del genoma humano. A través de la inyección de genes sintéticos los investigadores esperan tratar enfermedades como la hemofilia o el cáncer. Aunque aún queda mucho por investigar, ya empiezan a verse los primeros usos potenciales para deportistas. La terapia génica podría ser usada para conseguir un desarrollo atlético sustancial, con el peligro de que sería indetectable. “Si tiene lugar este fenómeno desaparecerán los deportes tal y como los conocemos”, comenta Dick Pound, presidente de la Agencia Mundial Antidopaje, un organismo dependiente del Comité Olímpico Internacional.

Si se avanza en este tipo de tratamientos y se extiende su uso, algunos deportes podrían convertirse en un espectáculo de superhombres más que en una genuina competición entre iguales. Las competiciones de atletismo pasarían a ser algo parecido a las carreras de coches, en las que las nuevas invenciones y los conocimientos técnicos del equipo son tan importantes como la habilidad de los conductores en los circuitos. En principio, ya aparecen dos posibles aplicaciones del dopaje genético.

El gen de la EPO

La primera de ellas se centraría en la eritropoyetina (EPO), hormona que ha ocupado infinidad de titulares en los diarios deportivos durante los últimos años. En 1964, el finlandés Eero Maentyranta ganó dos medallas en esquí de fondo durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Innsbruck, en Austria. Años más tarde, se descubrió que poseían una mutación genética que incrementaba el número de glóbulos rojos en su sangre. A Maentyranta le faltaba el gen que desconecta la producción de EPO, por lo que tenía mayor cantidad de glóbulos rojos en su sangre que aumentaba notablemente su rendimiento.

A través de la terapia génica se podría imitar el caso de este esquiador de fondo. El tratamiento perseguiría activar el gen EPO, responsable de la producción de la hormona, con lo que los deportistas que quisieran acceder al dopaje con esta sustancia no tendrían que inyectarse regularmente la eritropoyetina, como ocurre en la actualidad, lo cual dificultaría la detección del dopaje.

Más músculo

Otra área de aplicación del dopaje genético se relacionaría con el desarrollo muscular. Actualmente se investiga en un nuevo fármaco contra la distrofia muscular, que se centra en una hormona natural conocida como Factor Mecánico de Crecimiento (MGF, en sus siglas inglesas) que estimula la producción muscular. No obstante, los niveles de MGF son menores con la edad, lo cual explica la disminución de la masa muscular asociada al envejecimiento.

Según Geoffry Goldspink, investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Real de Londres, “podemos inyectar este gen dentro del músculo del ratón e incrementar su volumen muscular en un 20 por ciento en apenas dos semanas”. Junto a la MGF se trabaja en otra hormona, la insulina equivalente al factor de crecimiento-1 (IGF-1), que también desarrolla la masa muscular. Ambas terapias ofrecen al atleta una gran respuesta al entrenamiento. Además, el músculo se desarrolla rápidamente tras cualquier lesión y se podría conservar la fuerza y la velocidad en personas de edad.

La principal preocupación que asalta a las autoridades deportivas se relaciona con que es casi imposible detectar este tipo de tratamientos. Para ello sería necesario realizar biopsias a los deportistas, algo que en la actualidad no está al alcance de ningún organismo deportivo. No obstante, este tipo de dopaje sería mucho más fácil de detectar si las empresas de biotecnología incluyeran en sus productos marcadores génicos que hicieran que saliera a la luz el uso indebido de estos fármacos en deportistas.