El karate no es divertido. No se parece al fútbol, ni al ping-pong, ni al minigolf. No se practica para pasar el tiempo, para divertirse con los amigos, para pasar una hora en la relajación.
Eso sí, el karate puede ser divertido durante breves periodos. En el período inicial de la luna de miel, cuando en cada lección aprendes un nuevo “movimiento”, cada cuatro o seis meses cambias el color del cinturón y te engañas de que te has vuelto bueno, te diviertes. En el mejor de los casos, si realmente eres bueno, puede ser divertido participar en las competiciones de karate, siempre que puedas subir al podio y nadie te rompa un labio. En cualquier caso, tarde o temprano, y en la mayoría de los casos más tarde que tarde, la diversión termina.
Cuando la diversión ha terminado, comienzan las preguntas y las contradicciones. De la forma en que respondas a las primeras y te enfrentes a las segundas depende tu futuro como karateka, aunque por el momento nadie es plenamente consciente de ello.

¿Por qué el profesor nos trata como escolares de primaria o como reclutas?

Las primeras preguntas: ¿por qué sigo practicando? ¿Me estoy acercando de alguna manera a los objetivos que me había fijado cuando me inscribí en el curso? ¿En cuánto tiempo podré sentirme adecuadamente “equipado”? ¿Merece la pena invertir tiempo y esfuerzo para alcanzar una meta que parece alejarse?
La primera contradicción. ¿Por qué el profesor nos trata como escolares de primaria o como reclutas? ¿Por qué no responde a nuestras preguntas, nos hace saltar si llegamos tarde o nos reprocha delante de todos si nos equivocamos algo? ¿Por qué habla por infinitos y siempre parece de mal humor? ¿Cómo es que siempre nota los errores y nunca el progreso?

Los porcentajes de abandono más altos se tienen (aparte del caso límite de los cinturones blancos) entre los marrones y los primeros Dan.

Las preguntas y contradicciones continúan una vez superado el obstáculo del examen del cinturón negro.
La pregunta, brutal si quieres responder con sinceridad, es la siguiente: “Bueno, ahora que llevas tu nuevo cinturón negro brillante (que en cambio te gustaría que ya estuviera al menos un poco desgastado…) ¿te sientes diferente? ¿ Dominas el karate? ¿Sabes defenderte?”. Si la respuesta es un triple no  está claro que para continuar, habrá que recurrir a nuevas motivaciones: no es casualidad que los porcentajes de abandono más altos tengan (aparte del caso límite de los cinturones blancos) entre los marrones y los primeros Dan: aquellos porque su objetivo todavía parece lejano, estos porque se engañan de haber alcanzado la meta: ¡

Los conflictos internos que un practicante de larga data inevitablemente tendrá que enfrentar y resolver se refieren en primer lugar a la posición del karate en la escala de prioridades: ¿cuántas veces tendrá que, o querrá, dar prioridad al entrenamiento sobre una noche familiar, o una cita con la novia, o unas cortas vacaciones? En mi opinión, su elección siempre tendrá que ser deseada, nunca sufrida, e idealmente compartida: nada es peor que un entrenamiento a regañadientes, lamentando una oportunidad perdida, después de haber descontento a su pareja. Son las premisas de los conflictos adicionales y de la pérdida de entusiasmo por la práctica.
Imaginemos que nuestro estoico practicante supera con éxito la meta de los treinta, o cuarenta, o cincuenta años de práctica: una meta que afortunadamente muchos, en todo el mundo, han cruzado sin demasiado daño. ¿Es todo obvio para un 6o Dan de sesenta años o para (ejemplo completamente aleatorio) para un 5o Dan de setenta años?
¡Absolutamente no! A partir de ahora, su batalla será inevitablemente contra el tiempo y las pequeñas o grandes dolencias que “animarán” su vida y su práctica.

No pocos de nosotros seguimos practicándolo mientras la fuerza física y sobre todo la interior nos apoyen.

Se preguntará si detenerse en el primer (o décimo) dolor de rodilla; si es mejor “hacer la calma” (¡hipótesis sugestiva como remota!) o quedarse en casa una semana, rellenando de antiinflamatorios (poco útiles) o “remedios naturales” (muy útiles como placebo). En cualquier caso, al reanudar los entrenamientos, se encontrará invariablemente frente a un maestro que le instará a mantenerse más bajo y/o a hacer más fuerte: antes de acusarlo de insensibilidad, hará bien en recordar que quien enseña no puede mantener una ficha actualizada de las dolencias de sus treinta alumnos, sobre todo si estos son demasiado tímidos, o demasiado orgullosos
En resumen, para volver al título, el karate casi nunca es divertido, pero a pesar de esto, o quizás precisamente por eso, no pocos entre nosotros seguimos practicándolo hasta que la fuerza física y sobre todo la interior nos apoyan: es parte de nuestra vida (que a su vez rara vez es divertida) y gracias a ella nos basamos en la energía de nuestro Maestro y de nuestros compañeros ¿Te parece poco

Sergio Roedner

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