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Un maestro no es más que alguien que enseña un arte, una ciencia, una doctrina, alguien que sobresale en la ciencia o en la habilidad en algo tanto como para poder enseñarlo a otros o ser tomado como modelo, pero también es alguien que, como indica literalmente el término Sensei, es «nacido primero», es decir, alguien que se ha puesto en marcha antes que los demás. Un guía que, al haberse aventurado en un camino de crecimiento humano, técnico, moral y espiritual durante un periodo de tiempo más largo, posee la experiencia necesaria para poder dirigir y conducir a otros, sus alumnos, hacia el camino que él mismo ha recorrido previamente. Esta definición encuentra su síntesis en el aspecto comunicativo de la relación que, siendo parte integrante de la misma, se convierte en una función capaz de implicar y crear expresividad y, finalmente, de suscitar emoción, a través de la activación de los recursos y la toma de conciencia de las propias dificultades: «[…] de esta manera un profesor se convierte en aquel que te guía en el mundo, que te hace crecer, que te ayuda a ser parte integrante del grupo a través de la activación de tus potencialidades». (Alberoni)
El «maestro» no es simplemente un profesor que transmite conocimientos técnicos, sino también y sobre todo un individuo dotado de experiencia y conciencia de sus propias vivencias, es decir, un «maestro de la vida».
En el karate, las referencias están representadas por el Maestro, percibido por el niño como una figura adulta que se convierte en un «faro» en la práctica, un punto de referencia continuo y duradero, con el que establecer un vínculo emocional importante y no despreciable por el impacto que podría tener en su crecimiento evolutivo.
La figura del Maestro, por tanto, no puede prescindir de una formación no sólo técnica: Imaginemos a un maestro que es un gran estudioso de la técnica, pero que nunca ha adquirido las habilidades psicológicas adecuadas a través de un entrenamiento específico, ni las ha perfeccionado a través de la experiencia… La única y «excesiva» atención a la parte técnico-práctica, que luego descuida el desarrollo psicológico; el uso de un enfoque monotemático del niño, en lugar de adaptarse a su sensibilidad, se convierte inevitablemente en el fracaso del más alto significado que se encuentra en la palabra MAESTRO, sin contar con el daño que tal descuido puede causar, llevando al estudiante a sentirse «incapaz» de avanzar en el camino, hasta llegar a culparse a sí mismo o dejar el «camino», sin entender la verdadera razón.