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Cuando me estaba despidiendo del Jundokan Dojo al final de mi primera visita, Miyazato Eiichi Sensei me habló acerca de volver a casa y entrenar duro. También me dijo: “Si quieres enseñar Karate okinawense, ¡OK! Pero, por favor, enseña espíritu okinawense también”. Le prometí que siempre me esforzaría al máximo para transmitir lo que él me había enseñado. Antes de dejarle en el aeropuerto, me gruñó (como solía hacer) una última vez: “Vuelves otra vez, ¡OK!”. A lo largo de los años siguientes, llegué a entender que eso era lo más cercano a un halago que llegaría a obtener.
Desde ese día, hace más de veinte años, creo que he mantenido mi promesa. Mi situación actual refleja mi resolución de mantenerme fiel a mi palabra. Por ejemplo, no he hecho absolutamente ningún esfuerzo por construir un imperio de Karate aquí en Australia. Muy rara vez acepto invitaciones para enseñar a gente que no está vinculada de alguna manera al Jundokan, y he dejado de aceptar visitantes esporádicos; y, tendrías más posibilidades de encontrar un billete dorado de Willie Wonker que de recibir un certificado de grado Dan firmado por mí. No estoy en contra de examinar a la gente, pero nunca he creído en la ecuación que tantos emplean, según la cual tiempo pasado en el dojo equivale a ascenso de grado.
Primero tengo que ver que el estudiante mejora, tanto en técnica como en carácter, antes de invitarles a mostrar su Karate en un examen formal, y hasta el momento, menos de una docena han llegado a shodan, y de ellos, únicamente tres han llegado a sandan. “Aprobar o suspender” a un alumno no me preocupa en absoluto, mi trabajo es animar a los karatekas Shinseidokan para que adquieran tanta comprensión del Karate como puedan… Y ciertamente, para que sean mejores de lo que lo era yo en esa fase. Apoyo y estímulo fue el regalo que recibí de Miyazato Sensei, y es todo lo que puedo dar a otra gente. No es un gran modelo de negocio, lo sé, pero mantiene mi Karate simple y despejado de las políticas que asfixian la experiencia que tantos tienen en Karate.
En días pasados, cuando el tipo de Karate que me interesa era practicado por relativamente pocos; era una actividad de dojo. Los machi dojo (dojo de barrio) y los senseis que enseñaban en ellos, eran los guardianes del Karate. Cuando Miyazato Eiichi Sensei abrió su propio dojo y lo llamó “Jundokan” (algo así como el siguiente en la línea, después del dojo de su profesor) su idea era que sería un machi dojo. Su hijo, el actual kancho, opina igual; pero las cosas han cambiado desde que falleció mi sensei; ahora el Jundokan corre peligro de convertirse en otra cosa, y desde hace algún tiempo su nombre ha sido utilizado descaradamente por gente fuera de Okinawa.
Mi promesa a Miyazato Sensei fue mantener vivo el espíritu del Karate que él ejemplificaba; transmitir no sólo las técnicas físicas el Karate, sino los principios morales y éticos que se esperan de un karateka. Eso habría sido menos probable si hubiera seguido el camino habitual (y creo que algo perezoso) de volverme “profesional”. La promesa que le hice a mi maestro se habría roto hace mucho si me hubiera permitido llegar a estar comprometido por una dependencia de los alumnos, y del dinero que generan mediante cuotas y exámenes en masa. Si hubiera dedicado mi energía a establecer el “Jundokan Australia” hace más de veinte años, o hubiera regalado grados Dan a cualquiera capaz de estar de pie sin caerse y que tuviera un “club” para unir a mi creciente imperio, sin duda tendría algo más de dinero en el banco, pero a qué precio para mi integridad.
El Karate sin moralidad, sin ética, y sin decencia, sólo es negocio: ¡es así de simple y feo! El año que viene entraré en una nueva década de la vida, mi sexta década; y con esa transición, llegarán cambios en mi forma de relacionarme con el mundo del Karate: Tengo muchas ganas de que lleguen…
Fuente: “A Promise Kept…”
Traducción al castellano: Víctor López Bondía [Con la autorización de Michael Clarke]
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