Un lugar para el karate deportivo, karate de dojo, arbitraje, entrenadores, atletas, historia, filosofía, técnicas , tradiciones y educación física .
Durante el periodo de Edo (1600-1868) existieron dos clases sociales que se encontraban en lo más bajo de la pirámide social. Hablamos de los eta (穢多) y los hinin (非人), grupos que por sus trabajos y sus orígenes sufrían todo tipo de discriminación.
En realidad, las diferencias sociales son una característica de la vida humana y las categorías sociales surgen de la necesidad de distinguir a unos individuos de otros.
Ningún país -y Japón no es una excepción- está libre de haber discriminado a grupos, no ya en el pasado, sino incluso en la actualidad, en función de características tan diversas como pueden ser la raza, la religión, la ocupación laboral, etc.
En Japón fue durante el periodo de Edo cuando las clases sociales se estratificaron siguiendo un modelo neoconfucionista adaptado a la realidad japonesa. Este modelo japonés establecía la existencia de cuatro clases sociales o shimin: shi-nō-kō-shō (士農工商). La primera de ellas o shi era la de los samurái, que sustituía así en la cima de la pirámide social a los eruditos y burócratas del modelo chino, mientras que el segundo escalón estaba formado por los campesinos o nō, una pieza clave en el engranaje del Japón de aquel periodo, todavía predominantemente agrario.
Por debajo teníamos el escalón kō, formado por los artesanos y en último lugar el escalón shō, formado por los comerciantes. Estos dos últimos escalones cada vez irían despuntando más y adquiriendo más riqueza y poder, desde luego mucho más que los campesinos y, con la larga paz impuesta por los shogunes, más que los samuráis. Pero en el orden social japonés del periodo Edo estaban en lo más bajo del escalón social.
Sin embargo, aún había espacio en esta pirámide para un quinto escalón en el que encuadrar a lo más bajo de la sociedad, pero que no surge del orden neoconfuciano de las clases, sino de una perspectiva moral e ideológica. Y es que la influencia del sintoísmo y el budismo se hizo notar en este sentido, ya que se tendía a evitar personas y cosas relacionadas con la sangre y la muerte, que eran vistas como cosas “sucias”.
Esa “suciedad” percibida tenía que ver con el sexo de las personas, con las relaciones sexuales o, como en otras sociedades, con los nacimientos y muertes, además también de con ciertos trabajos considerados impuros. ¿Cómo surgen los Eta y los Hinin? Antes del periodo Edo y de la llegada al poder de los shogunes del clan Tokugawa, hubo un sistema legal llamado Ritsuryō que comenzó a implantarse a finales del siglo VII y que, entre otras muchas cosas, incluía un sistema de castas o clases sociales. Este sistema dividía a la sociedad en dos grandes grupos, los ryōmin, literalmente buenos ciudadanos, que eran la clase superior, y los senmin o gente de base, que se subdividía a su vez en cinco castas, de las cuales las dos últimas eran esclavos.
Este sistema dejó de usarse alrededor del siglo X, pero más tarde se recuperarían algunos conceptos. Y es que a comienzos de la era Tokugawa, los daimyō o señores feudales comenzaron a reunir a todos los curtidores debido a que en aquellos momentos la producción de cuero era muy importante para la guerra. Tan importante era su trabajo que a esos curtidores se les prohibió dedicarse a otra ocupación, no fuera a ser que descuidaran su trabajo y el señor feudal y sus guerreros se quedaran sin sus preciados materiales. Por ello, el trabajo de curtidor acabó convirtiéndose en hereditario.
Es entonces cuando se restablece la clase senmin o gente de base, que ya existiera siglos atrás, para cubrir las necesidades de la clase gobernante. Estos curtidores se referían a sí mismos no como senmin, sino como kawata, que es el nombre que reciben los trabajos con pieles de animales muertos. Y a medida que se institucionalizaban las prácticas discriminatorias contra los kawata y sus descendientes, se desarrollaron teorías para explicar y validar esta discriminación. Así, el gobierno japonés promulgó un edicto en 1751 que reconocía las diferencias entre los senmin y los chōnin o residentes urbanos, ya que hasta ese momento no había existido una clara diferenciación oficial. En 1778 promulgó un nuevo edicto que ordenaba una distinción clara entre los eta y los hinin. Y es que aunque ambas clases podemos encuadrarlas dentro de lo que llamaríamos los parias del Japón feudal, no eran iguales.
LOS ETA Y LOS HININ
Los Eta eran los “extremadamente impuros”, generalmente por el tipo de ocupación que tenían sus miembros: matarifes, empleados en funerarias, curtidores, dedicados a teñir tejidos, trabajadores del bambú, cartoneros, verdugos, carceleros, etc. Como os contaba, estas ocupaciones eran hereditarias, pero ello no era obstáculo para que los gobernantes discriminaran a sus miembros, aunque no les permitieran salir de esta clase, que era totalmente impermeable y fija: sólo una dispensa especial permitía que sus miembros salieran de ella y se convirtieran en gente de base pero no discriminada. Una persona de una clase social “buena” podía convertirse en eta, pero una vez dentro de esta clase, ya no se podía salir. Algunas de estas ocupaciones, además, no estaban remuneradas, pero a los eta no les quedaba más remedio que llevarlas a cabo ya que estaban obligados a mantener habilidades apropiadas a las ocupaciones de su clase. Así, para poder subsistir a menudo se dedicaban a ocupaciones respetables como la agricultura, por ejemplo, que eran su única fuente de ingresos, aunque estuvieran “asignados” a actividades “sucias”, que era el indicador básico de su estatus (o falta de él). Por otro lado, los hinin eran los “no humanos” y entre las ocupaciones de sus miembros encontramos a entretenedores ambulantes, adivinos, curanderos, prostitutas, mendigos, etc. Existía una subclase de hinin registrados, llamada kakae y otra de hinin no registrados. Estas subclases, además, eran también impermeables, ya que no se podía salir de ellas. Entre los hinin registrados encontrábamos a aquellos hinin que heredaban el estatus por nacimiento y otros que, por haber realizado actos inmorales como por ejemplo el adulterio, estaban obligados a estar bajo la custodia de otro hinin. Más adelante se creó una tercera subclase para todos aquellos que se convertían en hinin por pobreza, enfermedad o pequeños hurtos, cuya diferencia más significativa es que sus miembros podían salir de esta clase pasado un tiempo.
RESTRICCIONES DE LOS ETA Y HININ
Los miembros de estas dos clases tenían una serie de restricciones impuestas por los gobernantes, para asegurar que no se mezclaban con el resto de la población y para que fueran fácilmente distinguibles del resto. Estas restricciones y símbolos asociados a estas clases mostraban la distancia moral que las separaba del resto de la sociedad. Discriminación ya en el periodo Kamakura (imagen de Carl Cassegard). En el Japón feudal, de todas formas, había reglas teóricamente estrictas para cada clase, marcando unos límites que hacían que los samuráis, por ejemplo, no se sintieran intimidados por el cada vez mayor poder económico de los comerciantes. Pero mientras las cosas se hicieran en privado, ciertas violaciones de las reglas referidas a ocupación, residencia, vestimenta, diversiones, lenguaje o religión, se podían tolerar. Sin embargo, en el caso de los eta y los hinin, cualquier violación de estas reglas ocasionaba prisión, destierro o incluso ejecución. Quizás una de las restricciones más importantes y estrictas fuera la prohibición de matrimonio fuera de la clase, aunque no era la única. Tampoco podían llevar ropajes ni adornos de clases superiores y sólo podían vestir de color marrón oscuro o índigo. Por otra parte, no podían llevar peinados como los del resto de la sociedad, ni podían calzar geta (las sandalias de madera típicamente japonesas) o cubrirse la cabeza. En aquella época, uno de los estándares de belleza para las mujeres consistía en afeitarse las cejas y ennegrecer los dientes. Las mujeres eta y hinin tampoco podían hacerlo. E, incluso, en un afán de identificarlos con mayor facilidad, a veces se les obligaba a vestir con un cuello de color azul amarillento que servía de identificativo de clase. Algo que nos trae recuerdos muy duros de la historia reciente de Europa. Una de las mejores formas de asegurar que toda la población supiera quiénes eran los eta y los hinin era haciéndoles vivir en las afueras, en poblaciones o ghettos sólo para ellos. De hecho, ni siquiera podían acudir a los mismos templos o santuarios que el resto de la población, ya que tenían los suyos propios para evitar que se mezclaran. Por si fuera poco, cuando se encontraban con algún miembro de la gente buena, las cuatro clases del sistema social japonés del periodo Edo, tenían que inclinar la cabeza.
ABOLICIÓN DE LOS PARIAS
Con la llegada de las potencias occidentales a Japón a mediados del siglo XIX y la apertura forzosa de sus puertos al comercio internacional, se inició un proceso de cambio que ya se venía gestando y que desembocó en la restauración del poder imperial en 1868, en lo que se conoce como la Restauración de Meiji. Japón, entonces, se afanó por occidentalizarse lo más rápidamente posible y crear estructuras de gobierno a imagen de las que veían en otros países. En 1871 se promulga el Kaihōrei o Edicto de Emancipación, que acaba legalmente con el sistema de clases presente en Japón hasta ese momento. Este edicto proporciona a los eta y hinin una liberación de la discriminación social en función de su estatus, pero en realidad no fue más que una formalidad, porque el gobierno no puso en práctica ninguna política que garantizase la emancipación real ni se esforzó en mejorar las condiciones sociales y económicas de los miembros de esta clase. Ante esta abolición hecha tan a medias, en 1918 tienen lugar las Revueltas del Arroz, en las que participan grandes números de burakumin (部落民), los descendientes de los eta y los hinin y surge entonces el llamado Suiheisha o Movimiento de liberación de los marginados o parias que acaba dando lugar al Buraku Liberation League, fundado en 1955 por Matsumoto Jiichirō, considerado como el “padre de la liberación burakumin“. Estos burakumin se concentran en distritos de integración, pero ante la falta de políticas reales de integración, siguen sufriendo discriminación pública y privada, porque el resto de la sociedad sigue sabiendo quiénes son, dónde viven y quiénes han sido sus antepasados. Pero como esta entrada ha quedado ya suficientemente larga, hablaremos de los burakumin en una próxima entrada.
Autor: Luis del Portal Japonismo
Para comentar debe estar registrado.