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En primer lugar debemos abordar dos elementos antagónicos que pueden caracterizar tanto al agresor como al agredido, y no son otros que la vulnerabilidad y el empoderamiento. No olvidemos que el secreto de la estrategia no consiste en enfrentar nuestras fortalezas contra las del adversario, sino mas bien en enfrentar nuestras fortalezas o poder, contra las debilidades o vulnerabilidades del otro. Para ello debemos conocer tanto unas como otras.
La vulnerabilidad se presenta como la incapacidad o deficiencia para:
Afrontar con eficacia un fenómeno amenazante.
Encajar el “castigo”
Reponerse tras haber recibido un daño.
Podemos distinguir a su vez dos tipos distintos de vulnerabilidad:
La fragilidad o debilidad física que influirá de forma decisiva en la capacidad de respuesta, así como en la confianza que se deriva de la fortaleza físico-técnica (ligada tanto a la naturaleza genética como a la cantidad de entrenamiento)
La susceptibilidad entendida como excesiva sensibilidad a las acciones, ya sean verbales o actitudinales de los demás (muy ligada a la baja autoestima)
El empoderamiento por su parte, es el proceso mediante el cual las personas fortalecen sus capacidades, confianza, visión y protagonismo, para enfrentar de forma positiva los retos que viven.
Por otro lado, conviene distinguir el significado de otros aspectos igualmente relevantes que vienen asociados al ámbito de la autodefensa:
Peligro: Es todo aquello que puede ocasionar un daño o mal.
Amenaza: Es toda suerte de eventualidades a las que podemos estar expuestos en la convulsa y agresiva sociedad en la que nos desenvolvemos. “Es una fuente de daño potencial”.
Riesgo: Es la probabilidad de concurrencia de esas situaciones en nuestro caso particular “probabilidad de un daño futuro”. Podríamos señalarlo como todo aquello que rompe nuestro equilibrio, ya sea físico, material o emocional, todo cuanto pueda atentar contra nuestro bienestar o nuestra calidad de vida.
Daño: Comprendería el efecto negativo que afectaría a mi persona o integridad en caso de que tal acontecimiento agresivo se produjera. Con frecuencia reaccionamos en función de la cantidad de daño recibido o percibido, y no en función de la intencionalidad del mismo. Así, si nos sentimos ofendidos o agraviados por las acciones del otro reaccionaremos de forma proporcional a nuestro sentir, mas que al hecho en si mismo; Y esto hace que muchas veces actuemos de forma desproporcionada o injusta. Podemos distinguir tres tipos fundamentales de daño:
Daño físico: Concerniente al cuerpo, y las agresiones que pueda sufrir; que se manifiestan mediante traumatismos, heridas, lesiones, secuelas, etc.
Daño material: Generalmente referido a todas cuantas cosas físicas o materiales que consideramos como extensión o proyección de nosotros mismos: bienes, dinero, espacio (intrusión, ocupación o contaminación)
Daño psicológico o emocional: Aludiendo con ello a todo aspecto mental, ya sea porque afecte a nuestra autoestima, moral, prestigio, honor, reputación, etc.
También considero importante señalar, que para tener una visión mas objetiva de lo que acontece en los preámbulos de una agresión debemos considerar las causas reales del daño percibido, que no siempre se corresponden con el grado de agresión emitido, pues como apuntamos anteriormente eso dependerá en gran medida del grado de vulnerabilidad.
Desde el punto de vista del agresor considero importante distinguir los diferente tipos de agresión:
Agresión involuntaria: en la que nos hacen daño sin pretenderlo, involuntariamente. Se pueden a su vez diferenciar dos formas:
Inconsciente: El otro no quiere ni sabe que ha hecho daño. (Aspectos fortuitos como accidentes, tropiezos etc.)
Consciente: No hay voluntad de hacer daño. Pero el otro no tiene otra opción: o salen perjudicados ellos o nosotros. (Se da en el ámbito deportivo como competiciones, y en el laboral para aspirar a puestos o cargos)
Agresión voluntaria: en la que nos hacen daño a sabiendas de ello. Diferenciamos también:
Inconsciente: Lo mismo no son conscientes de ello paro tampoco les preocupa si están haciendo daño con sus acciones pues solo están pendientes de conseguir sus objetivos (Aquellas personas que consideran que los fines justifican los medios).
Consciente: Cuando las acciones tienen como objetivo causar daño al otro. No hay ningún beneficio añadido, solo la satisfacción de ver al otro pasarlo mal. Hay un componente personal y emocional ( Se ve con frecuencia en relaciones con conflictos enquistados en donde la venganza y el resentimiento son el motor que los alimenta)
Ahora podemos preguntarnos ¿Aunque el daño recibido o percibido sea el mismo, debemos tomar en consideración la consciencia y voluntariedad de las acciones del otro?
Entiendo que de no hacerlo caeríamos inevitablemente en la desproporción. Pero quizás, en determinadas ocasiones, estamos tan alterados emocionalmente como para conservar la frialdad suficiente para permitirnos ser razonables y actuar conforme a como debiéramos.
Como vemos la autodefensa va mas allá de saber dar puñetazos y torcer brazos y requiere de un constante afilado del sable para poder estar preparados para toda esa suerte de combates cotidianos a los que nos enfrentamos.
Autor: José Luis Prieto / 7º Dan Karate
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