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Pierre Coubertin, padre del moderno Olimpismo, sostuvo (incluso con machacona insistencia) durante toda su vida, un gran afán por aclarar a la sociedad de su época la diferencia entre los conceptos de “Olimpiada” y “Juegos Olímpicos”. Esta aclaración aún hoy es necesaria…
En su dimensión sociológica actual, se concibe al olimpismo como una filosofía de la vida que utiliza el deporte como correa trasmisora de sus ideales formativos, pacifistas, democráticos y humanitarios. Para Coubertin, el olimpismo no era «un sistema, sino un estado de espíritu.Estado de espíritu imbuido de un doble culto, el del esfuerzo y el de la euritmia, la pasión por el exceso y la medida combinados». Para él las bases de este ideario olímpico las constituían «el culto al esfuerzo, el desprecio al peligro, el amor a la patria, la generosidad y el espíritu caballeresco, así como el contacto con las Artes y las Letras». En un sentido más esquemático, en 1928 resumiría el célebre restaurador su idea sobre olimpismo en la concretizada «doctrina de la fraternidad entre el cuerpo y el espíritu1». Evaluando la fuerza que el olimpismo había adquirido en su primer cuarto de siglo de existencia, pese a dificultades e incomprensiones sufridas, Coubertin precisa satisfecho en 1920: «El olimpismo es una gran maquinaria silenciosa, cuyas ruedas no rechinan y cuyo movimiento no cesa nunca, a pesar de los puñados de arena que algunos lanzan contra ella, con tanta perseverancia como falta de éxito para tratar de impedir su funcionamiento2»
Los Juegos Olímpicos
Celoso de la esencia pacifista, festiva y cultural que los Juegos olímpicos habrían de tener, Coubertin repite con machacona insistencia una vez más en 1906 el ideario de su programa sobre los Juegos. «Lo he repetido tantas veces —decía— que casi me avergüenzo de mi reincidencia, pero,… ¡Hay tantos que no lo han comprendido todavía! Los Juegos Olímpicos no son unos simples campeonatos mundiales, sino la auténtica fiesta cuadrienal de la “primavera humana”, la fiesta de los esfuerzos apasionados, de las ambiciones múltiples y de todas las formas de actividad juvenil de cada generación cuando aparece en el umbral de la vida3.» La dimensión intelectualista de los Juegos, fue motivo de especial atención para Coubertin, expresándose así en 1924: «Después de los Juegos de la VII Olimpiada (Amberes 1920) recuerdo haber deseado todavía un universalismo más completo, más absoluto. Después de la VIII Olimpiada me preocupa el intelectualismo. Los últimos, a pesar del encomiable y meritorio esfuerzo realizado para revestirlo de arte y pensamiento, han permanecido no obstante como demasiado “campeonatos del mundo”. Es preciso otra cosa. La presencia de los genios nacionales, la colaboración de las Musas y el culto a la belleza. Los Juegos serán lo que deban ser y solamente eso: La fiesta cuadrienal de la primavera humana, ordenada y rítmica, y cuya savia ha de permanecer al servicio del espíritu4». Por eso —añadirá en 1925— es preciso recalcar que los Juegos Olímpicos no son propiedad de ningún país o raza en particular, ni pueden ser monopolizados por ningún grupo. Son mundiales y todos los pueblos han de ser admitidos por igual, e igualmente todos los deportes tratados sobre el mismo plano, sin temores de fluctuaciones o caprichos de opinión5. «Los Juegos han sido restaurados —diría en el mismo año6 — para la glorificación del campeón individual, cuyas hazañas son necesarias para mantener la ambición y el entusiasmo generalizados. Las circunstancias se prestan poco a añadir demasiados encuentros de equipos, pues se ha reconocido en general la necesidad de restringir la duración de los Juegos y los gastos que ocasionan.» Y previniendo el gigantismo de los Juegos y los lujos excesivos añade: «Hay que considerar la calidad del lujo, su vulgaridad lo transformaría en estéril y haría más irritantes los contrastes sociales. Organizaciones más simplificadas, alojamientos más uniformes y más tranquilos y, a la vez, menos festejos. Sobre todo contactos más íntimos y más frecuentes entre atletas y dirigentes, sin políticos ni oportunistas que los dividan. Tal es el espectáculo que ofreceremos, eso espero, en los Juegos de la IX Olimpiada7».
La frecuente confusión en la prensa y medios de comunicación en la época —igual que ahora— de los términos Juegos Olímpicos y Olimpiada, irritaba a Coubertin. «Una Olimpiada —decía— es un intervalo del calendario, intervalo de cuatro años cuya apertura se celebra con los Juegos. Es por tanto incorrecto histórica y gramaticalmente hacer de la palabra Olimpiada el equivalente de los Juegos Olímpicos. Y cuando dicen, como algunos lo hacen vulgarmente, “las Olimpiadas de Ámsterdam”, nos estropean los oídos con un doble barbarismo.»
C.E.O.
Fuente: DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid. 2004, pág. 31 y ss.
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