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El deporte, a pesar de todos sus detractores, supone una escuela de vida. Un experimento controlado donde las relaciones humanas y la necesidad de cumplir con una serie de requisitos bajo una experiencia organizada y normalizada, lo convierten en una potentísima herramienta para transmitir esos valores de los que tanto se habla.
Es cierto que nuestro hijo o nuestra hija aprende que es el respeto a los demás, el cumplimiento de una norma o la competitividad, por ejemplo, aspectos que se van a encontrar en nuestro mundo cuando “salgan” a él. Pero como siempre, el problema no está en el fondo, el deporte, sino en la forma, su puesta en práctica. Y ahí es donde los padres tenemos nuestro gran compromiso.
Ante el exceso de responsabilidad, de competitividad, de estrés, debemos actuar minimizando su protagonismo. Ante la falta de compromiso, interés…todo lo contrario. Es decir, reducir los impactos de aquello que en exceso, repito, en exceso, puede ser perjudicial y promoviendo todo aquello que conforman los verdaderos aspectos positivos del deporte para la vida.
Y aquí es donde algunos se equivocan, ganar no es lo más importante. Los motivos son varios: Falta de control emocional, necesidad de protagonismo propio, desconocimiento, falta de sentido común…consiguiendo todo lo contrario de lo que se pretende: Aumentando la competitividad y el estrés, lo que lleva a un exceso de responsabilidad del niño que no está preparado para asumirla. Y por supuesto esos valores positivos que aducimos, quedan en un segundo o tercer plano, desapareciendo su protagonismo. Es decir, una actividad tan interesante se convierte en un enemigo para la formación de nuestros hijos.
¿Cuál debe ser nuestro comportamiento ante la práctica deportiva de nuestro hijo? En primer lugar, elegir lo mejor posible:
1. Dar varias opciones de práctica, así asumirá el compromiso de su elección. La heterogeneidad del deporte nos permitirá encontrar opciones adaptadas a las características de nuestro hijo.
2. No debemos elegir la actividad más cómoda para nosotros, ese no puede ser el criterio de elección.
3. Asegurarnos la calidad de la actividad, sobre todo en lo referente a la formación y experiencia de los técnicos. No busquemos adiestradores sino educadores.Una vez iniciada la actividad.
4. Nuestro hijo debe notar nuestro interés por lo que hace, es motivo de satisfacción para él y fijará su hábito.
5. No somos los protagonistas, solo los invitados.
6. Respetar las acciones y decisiones del técnico deportivo responsable de nuestro hijo, al igual que hacemos con sus profesores. No hacerlo implicará que nuestro hijo pierda la confianza y el respecto por él. Evidentemente, ese no es un buen mensaje educativo.
En la competición:
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