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Kimé o capacidad de focalizar TODA nuestra energía en un punto, pasando súbitamente de tensión a relajación y viceversa. El Kimé es considerado por algunos como un misterio de las artes marciales pero nada más lejos de la realidad: Es la complejidad conceptual del Kimé y la abundancia de anécdotas históricas espectaculares las que lo han rodeado de un halo legendario.
Lo cierto es que el Kimé lo puede y debe experimentar cualquier artista marcial de grados superiores. Y es que el Kimé no se entiende si no se siente, y no se domina si no se practica de forma continuada.
A menudo se suele traducir Kime como poder de decisión (決) o bien focalizar la energía hasta el extremo (極). Y las leyendas marciales que narran alguna hazaña cuentan como en una fracción de segundo un combate se decidió por la acertada elección que tuvo un gran maestro aplicando con determinación una técnica concreta frente a su adversario.
En otros casos, los relatos alaban la potencia de un golpe o incluso de un bloqueo que destrozan literalmente al atacante muy superior físicamente o mejor pertrechado. Según esos mitos, parece que el Kimé fuese una combinación de potencia y reflejos. Pero no es sólo eso. Es también conocimiento intelectual y físico de las técnicas que se deben emplear en cada momento porque se han entrenado sin cesar y es memoria e conciencia de la conformación y capacidades de nuestro propio cuerpo.
El Kimé es básico en todas las artes marciales. Pero en cada disciplina tiene sus particularidades. Sin embargo, el elemento común y punto de partida es la visualización del centro de gravedad de nuestro cuerpo (hara). Éste se halla en nuestro vientre, a la altura del nudo del cinturón. Es considerado el centro de energía humano aunque hay muchos otros “enclaves energéticos” en nuestra anatomía. Esta idea se basa en el concepto de los chakras, de las filosofías orientales. Y aplicado en disciplinas marciales sirve para optimizar nuestro rendimiento en el combate mediante el equilibrio del hara y también para neutralizar el flujo energético el del adversario cortacircuitando sus chakras.
Podría decirse que cada vez que se produce un contacto en combate, si se aplica el Kimé, quien golpea, proyecta su energía para neutralizar la del adversario. Por tanto, el Kimé implica que no hay movimientos “gratuitos” ni despilfarro energético en ninguna fase del movimiento, sea éste un golpe, patada, bloqueo, zancadilla, desplazamiento o lanzamiento de de un arma.
Para que haya Kimé, no basta haber elegido la mejor técnica (golpe o bloqueo) sino que la tensión-distensión de los músculos en cada una de las fracciones de segundo del transcurso del movimiento, es la adecuada en cada lapso temporal. A tal fin, la respiración se adapta al ritmo necesario. Por eso, en muchas artes marciales, al concluir se emite el clásico ¡Kiai!, el grito ineludible por el que se acaba de reunir toda la energía precisa para concluir el ataque. De hecho, etimológicamente kiai (気合) se compone de dos kanjis que significan Ki気 Energía y Ai 合, unión.
Esto no quiere decir que obligatoriamente haya que pronunciar la palabra “kiai”. Hay bastantes escuelas marciales cuyo “kiai” es otro tipo de grito. Con frecuencia, una o dos sílabas, sin significado aparente. Lo común es la necesidad de proyectar el kimé en un grito conclusivo de la aplicación de una técnica de contacto. La prueba más clara de que alguien logró el dominio del Kimé es que éste forma parte de su Do.
Es decir, que no sólo lo aplicamos en las artes marciales sino en todas las facetas de nuestra vida. De esta manera, afrontamos los problemas diarios con determinación, eligiendo al instante la estrategia más adecuada, optimizando nuestra fuerza y neutralizando las adversidades mediante la proyección de nuestra energía vital. Es una más, de las muchas ventajas de practicar un arte marcial.
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