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El dopaje es una lacra que acompaña a nuestro deporte desde hace décadas. Si hay algo claro entorno a este tema es que hay un único responsable, pero no un único factor desencadenante. Un deportista no se dopa únicamente porque ayer perdiese, porque su entrenador se lo pida, o por no ser el único en el equipo que no lo hace. El dopaje es el final de un proceso donde intervienen numerosos factores.
En primer lugar, aparecen las expectativas de familia y amigos. Sea cual sea la etapa deportiva por la que pase el deportista, deben ser un punto de apoyo fundamental, y ese apoyo incondicional debe ser percibido. Además, el hecho de contar con amistad fuera del contexto deportivo sirve como fuente de escape ante situaciones deportivas de mucha exigencia. Por tanto, el temor a defraudar a los familiares y amigos es una fuente de riesgo frente al dopaje.
Otro, sería la cultura deportiva de un país. Un país debe alabar los éxitos, pero también el esfuerzo. Muchas veces sólo nos acordamos de aquellos que hacen sonar nuestro himno y ondean nuestra bandera en los podios. El deporte es mucho más, es una cultura de esfuerzo y debemos cuidar los valores que queremos fomentar. La igualdad de género y oportunidades sería un valor a cuidar y trabajar dentro de nuestro país.
Los medios de comunicación son un arma de doble filo. Tiene su cara positiva, encumbra los éxitos y les da el reconocimiento que merecen. Aunque no siempre, sobre todo si no es fútbol y si es mujer. El morbo y la decepción copan muchos de nuestros periódicos. Los deportistas perciben la única posibilidad de protagonizar portadas deportivas si llegan a éxitos gigantescos, si protagonizan alguna gesta. El éxito como único protagonista de nuestros medios es un factor de profundo riesgo, tiran de chiste fácil y olvidan las consecuencias de lo publicado. Sea cierto o no.
Otro punto a tener en cuenta es el entrenador, ya sea en un deporte individual como de equipo. El entrenador debe ser siempre una figura formadora, que genere en el deportista valores positivos. Cómo piense el entrenador, sobre todo en edades tempranas y de mayor riesgo -como es la adolescencia-, marcará enormemente el desarrollo formativo del deportista. Cómo sea y cómo se comporte el entrenador, otro factor a trabajar y pulir dentro del deporte.
De la misma manera, se debería cuidar también nuestro grupo de entrenamiento y de quien nos rodeamos en el contexto deportivo. Su influencia puede marcar el proceso de entrenamiento y las decisiones que tomemos.
Asimismo, el deportista debería contar con una correcta formación personal y educativa. Cuando un deportista está formado con estudios superiores, tanto universitarios como formaciones profesionales, tiende a contar con un abanico más amplio de estrategias de afrontamiento ante situaciones potenciales de frustración. Además -aunque no siempre-, cuando el deportista cuenta con una formación extradeportiva, entiende que existe algo más que el deporte en la vida. No acaban sus días con el deporte, y una derrota no te arruina la vida.
Los ídolos deportivos tienen su hueco dentro de los factores de riesgo. Con quién nos comparamos y cómo sea su conducta pueden marcar nuestras decisiones. Sin una correcta formación y comparación se puede tender a legitimar decisiones como el dopaje, y olvidar las terribles consecuencias propias y externas que tendría.
Además, señalábamos al deportista como el único responsable, y su personalidad guarda un papel preventivo o de riesgo dentro del dopaje. Si en el deportista, entre otras opciones, aparece una carencia de control externo, falta de autoconfianza, percepciones erróneas, pensamientos negativos de desvalorización o presenta dificultad en la gestión de los diversos procesos emocionales, el riesgo de aceptar el dopaje como una estrategia más es mucho mayor.
Por tanto, el entrenamiento mental dentro de la planificación de entrenamiento de cualquier deportista debe favorecer la prevención del dopaje.
por Silvia María Bartolomé
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