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Juzgar el potencial de un deportista observando únicamente su rendimiento en el entrenamiento o la competición es el error de evaluación más frecuente. Esto puede ocurrir si el observador es una persona que no es competente en la materia, por ejemplo, un padre, o un entrenador superficial o inexperto.
Además de marcar una clara diferencia entre un atleta con talento y uno decepcionante, se corre el riesgo de olvidar que podemos encontrarnos hablando de la misma persona, es decir, de una persona con talento que, debido a errores en el manejo de esta cualidad, se convierte de un día para otro en un atleta al borde del abandono.
El abandono prematuro del deporte por parte de atletas prometedores, o drop-outs, es un fenómeno muy extendido que a menudo deja atónitos a entrenadores y padres.
Veamos paso a paso a qué puede deberse este fenómeno y qué podemos hacer para limitar su aparición.
Lo que distingue a un deportista que tiene talento de otro que no lo tiene es, sin duda, la capacidad de realizar las acciones requeridas con gran rapidez, elegancia y el mínimo esfuerzo. Aunque no es a primera vista cuando se juzga un talento, porque hay que observarlo en el contexto de un periodo de tiempo relativamente largo y en diferentes situaciones difíciles y estresantes, podemos decir que el deportista con talento emerge fácilmente en el grupo.
En este punto, entra en juego el sentido de la responsabilidad del entrenador o profesor.
El entrenador tendrá que elegir entre seguir los objetivos agonísticos de clubes y directivos, explotando y exprimiendo al deportista en busca de resultados inmediatos, o actuar en beneficio del individuo mediante un trabajo gradual que preserve el equilibrio psicofísico del deportista y conduzca a resultados más lentos, pero duraderos.
El profesor tiene la delicada tarea de “sacar a relucir” los talentos de todos, incluso de los que parecen más torpes al principio. Sacar a relucir el talento de un deportista no significa hacerle ganar, sino ayudarle a desarrollar todo su potencial.
Teniendo esto en cuenta, podemos ser optimistas y pensar que es posible no destruir un talento en pocos años, sino construir una carrera deportiva que perdure y conduzca a resultados más interesantes.
La personalidad del hombre-atleta.
Sus motivaciones.
Su experiencia y trayectoria.
Sus habilidades atléticas técnicas y tácticas, innatas y aprendidas.
Sus habilidades mentales.
El entorno, es decir, el contexto en el que se actúa.
Cada uno de estos factores es decisivo: podríamos tener un atleta motivado, pero que entrena en un entorno y en un grupo que le influyen negativamente, o bien, un atleta con grandes aptitudes técnicas y mentales, pero con poca personalidad y capacidad de recuperación. Cada elemento requiere tiempo y atención; las prisas por obtener resultados inmediatos ciertamente no recompensan este tipo de trabajo.
El talento, unido a la capacidad de adaptación, es un rasgo que se nutre de uno mismo, que crece y ayuda a crecer. La capacidad de aprender es un talento y, viceversa, cuanto más se aprende, más se desarrolla el talento. El que se adapta, y cambia su forma de hacer las cosas, tiene más talento que el que sólo repite los movimientos que le resultan más fáciles y que aparentemente le hacen parecer un campeón.
Exponer demasiado a la competición a atletas poco entrenados.
Imponer programas para adultos a los niños y programas para hombres a las niñas.
Programas de formación que tienen en cuenta los programas competitivos y no la centralidad del deportista.
Iniciación temprana en un deporte.
Las posibles consecuencias de estos errores recaen inevitablemente en los deportistas que, tras un periodo de brillantez competitiva, sienten que no han mejorado, tienen una mala percepción de su competencia atlética y se sienten sobrecargados entre las sesiones de entrenamiento y las competiciones. Un conjunto de síntomas que se traduce simplemente en una palabra: desmotivación.
Esta falta de motivación, de disfrute y la incapacidad de tener control y autonomía, lleva al deportista al agotamiento.
El agotamiento provoca: baja energía, problemas de concentración, pérdida del deseo de competir y disminución de la autoestima. En esta fase, el deportista aún no ha abandonado la práctica, pero sin duda el estado psicofísico en la fase de agotamiento no es óptimo para el rendimiento deportivo.
El paso siguiente a esta pérdida de condición psicofísica es el drop-out, es decir, el abandono prematuro de la actividad, antes de que el deportista haya podido expresar plenamente su potencial.
Los errores que se cometen, como la especialización, la selección y la búsqueda del rendimiento lo antes posible, son las principales causas que pueden llevar a un deportista, incluso a uno con talento, al agotamiento o al abandono. Esta forma equivocada de entrenar, demasiado específica y selectiva, puede ser conveniente para el entrenador, pero perjudicial para el deportista.
Por Andrea Silenzi
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