Los amigos del karate no son sólo personas con las que entrenar, sino mucho más. ¡Compañeros de vida con los que compartir todo!
Las horas de entrenamiento en la vida de un competidor de karate marcan y cadencian la sucesión de semanas, incluyendo competiciones y compromisos en dojos de todo el país y más allá.
Independientemente de los horarios de entrenamiento, la práctica del karate a nivel competitivo implica dedicar las energías y el tiempo a la disciplina practicada, restándolas así de otras actividades o de la vida privada.
Decidimos «sacrificar» el tiempo que en cambio podríamos dedicar a nuestra pareja, a nuestra familia o a nuestros amigos para dedicarnos de lleno a nuestro deporte favorito, a nuestra pasión, a nuestra «droga» y por ello también podemos ser criticados por quienes no entienden qué nos impulsa a pasar horas y horas en el dojo sobre el tatami para mejorar o perfeccionar mínimamente nuestra técnica.
Entonces, ¿quién puede compartir y aprobar esta elección nuestra si no son nuestros propios compañeros de entrenamiento, aquellos que pueden encontrar la alegría con nosotros en el sudor derramado sobre el tatami, que sonríen con nosotros viéndonos mientras nos retorcemos y nos quejamos tardando horas en ponernos las protecciones o en arreglar el karategi, que nos apoyan cuando decidimos aventurarnos en un viaje loco con horas y horas de conducción para competir en horarios imposibles, quizá abandonando en la primera ronda, o que nos ayudan en los momentos en que estamos más desmotivados?
Nuestra segunda familia, representada por el propio equipo y las amistades que se forman en él, se convierte entonces en nuestra «vida social». Estas son las personas de las que no podríamos prescindir… las palabras que intercambiamos con ellos y las emociones que experimentamos juntos, derramando sudor en el tatami entre el olor de la protección, no querríamos cambiarlas por nada en el mundo y, sin duda, permanecerán indelebles en nuestras mentes.
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